Los manuales escolares de la Biblioteca del Centro de Recursos, Interpretación y Estudios de la Escuela no solamente constituyen un importante testimonio de los contenidos que sirvieron a los niños y niñas de otras épocas para aprender cosas, sino que deben ser un recurso didáctico utilizable en la actualidad. Con "El libro de la semana" queremos al profesorado, a alumnos universitarios y a todos los interesados en general darles pistas para ese posible uso actual. ©

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Dejamos pendiente la semana pasada, al comentar el libro de un sobrino suyo, una referencia más amplia al Padre Manjón y a alguno de los volúmenes de sus Obras selectas, tan habituales en las escuelas españolas de los años 50 y 60.
Andrés Manjón y Manjón nace el 30 de noviembre de 1846 en Sargentes de la Lora, al norte de la provincia de Burgos, pueblo que saltó a las portadas de todos los periódicos españoles en 1964 por el descubrimiento de yacimientos de petróleo en su término municipal.
Tras aprender las primeras letras en la escuela de Sargentes, en 1857 va a estudiar a Sedano, en 1858 a Barrio-Panizares y a Burgos, y en 1859 a Polientes, en Cantabria.
En esta última localidad, distante poco más de seis kilómetros en línea recta de Sargentes, existía una preceptoría de latinidad que estaba a cargo de un dómine de nombre don Liborio. Aquí estudia Andrés Manjón durante dos cursos, con una pedagogía de “la letra con sangre entra” que le resulta dura de soportar y que veremos contrastará con la que él va a promover años más tarde en sus libros.
Desde septiembre de 1861 estudia en Burgos, como externo en el Seminario. En esta ciudad logra concluir Filosofía y Derecho.
Imparte posteriormente docencia en las universidades de Valladolid y de Salamanca, vive una temporada en Madrid (coincide su estancia en la capital con la creación de la Institución Libre de Enseñanza en 1876, a la que Manjón siempre verá como opuesta a sus ideas) y en 1878 obtiene la Cátedra de Disciplina Eclesiástica en la Universidad de Santiago de Compostela, trasladándose en 1880 a la misma Cátedra de la Universidad de Granada, ciudad donde pasará el resto de su vida.
En esta capital andaluza se ordenará sacerdote en 1886 y fundará en 1889 la primera de sus Escuelas del Ave-María, que en 1920 llegarán a ser más de trescientas entre España y otros países.
Murió el 10 de julio de 1923.
A raíz de la fundación de esas escuelas, como una tarea humanitaria de ayuda a los niños y niñas más desfavorecidos, profundiza en temas pedagógicos.
Define la Pedagogía como “la ciencia y el arte de educar e instruir al hombre, esto es, un conjunto de principios científicos y reglas prácticas cuyo objeto final es hacer hombres cabales y completos, tal cual Dios los quiere y la sociedad los necesita.” Que se concretaría, entre otros objetivos, en ser una educación única por su fin cristiano, integral, progresiva, receptora de la tradición, activa, estética, cristiana... Debería buscarse ir más allá de la mera instrucción; ir a la educación, que permitiría al pueblo sumido en la pobreza salir de ella.
En sus escuelas se practicaba una enseñanza intuitiva y practica, procurando la creación de un ambiente agradable -impartiéndose la docencia al aire libre cuando ello era posible- tan diferente del experimentado por él, entonces Andresillo, en sus peregrinajes académicos por los señalados y fríos pueblos de Burgos y Cantabria.
Los pensamientos pedagógicos del Padre Manjón al principio se publicaron en las conocidas “Hojas del Ave-María”, reunidas en forma de volúmenes posteriormente.
El libro concreto que reproducimos esta semana es la primera parte de El maestro mirando hacia fuera o de dentro a fuera. Y fue publicado como volumen VI dentro de la Edición Nacional de la Obras Selectas de don Andrés Manjón en 1949.
La primera edición en forma de libro había aparecido en 1923-1924.
La primera de sus partes (Libro Primero) habla sobre el maestro, concretando en las pp. 16-18 lo que debe ser y lo que no debe ser. La segunda parte habla de los necesarios ideales religiosos que debe poseer el maestro. La tercera, de los principios morales que deben, igualmente, tener éstos. Y ya en la cuarta y última entra en concreciones didácticas que el buen maestro debe desarrollar con sus alumnos, muchas de las cuales nos pueden sonar, porque aún hoy se preconizan en España, como si fueran novedades. A modo de ejemplo, lo que dice en las pp. 328-329 de ese Libro Cuarto titulado genéricamente “Maestros didácticos y antididácticos”: “Los que desarrollan y educan ejercitando y los que lo hacen parlando: B.- Habla mucho y bien, pero no hace ni obliga a hacer, por lo cual no educa ni instruye. (Es un verbalista.)"
© de los textos: José Antonio González de la Torre
© de los textos: CRIEME
© de las imágenes: CRIEME